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Este jueves, relato: Un giro inesperado.

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—¿Qué es el destino? Se preguntaba el poeta mientras sentía el peso de una metafísica gravedad sobre su pecho. Hasta hace unos días no creía en él. Era poeta. Poeta existencialista. Poeta de reivindicar. Poeta de contestar. Poeta de anti todo. —¿Qué es el Destino?  Se seguía preguntando en medio de aquella nueva oscuridad. Hasta hace unos días se respondía a sí mismo repitiéndose que, el destino, no es ni más ni menos que el tino, sin des, con el que se hacen las cosas. En su caso la excepción confirmaba la regla. Qué era si no esa circunstancia que padecía o disfrutaba casi a diario, sin excepción, irremediablemente, da lo mismo la hora o el lugar; hasta el punto de replantearse creencias y fabulaciones respecto a por qué sucede todo, generándosele dudas existenciales que minan sus más torcidas convicciones. A estas alturas estaréis preguntándoos, qué es eso tan trascendente que cada día, sin excepción, tambaleaba su fe en lo puramente circunstancial. ¿Es eso el destino, el az

Este jueves, relato: seis + una : ninguna.

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El paseo diario por ese submundo que era su barrio, a Elisa, le divertía. Era un continuo jugar con unos y otros. Minutos de estímulos próximos y posibilidad de estrechar lazos, cuando no, de atar otros nuevos. Se movía con diligencia, corría, jugaba, saludaba, y se paraba pegando la nariz al cristal en el escaparate de la juguetería. E n el barrio, Elisa, ampliaba conocimientos, perdía miedos y hacía amigos, muchos. Por encima de lo que pareciese, para ella, era un lugar que descubrir. Honesto. Divertido. Abierto y solidario. También, a veces, alevoso, distante e impersonal. Solo había que dejarse llevar, disfrutar de él y volver pronto a casa. Al fin y al cabo, cada día y de forma invariable vivía escenas como estas: —Elisa espera , baja la basura. —Elisa levanta el culo del sillón y ponte a estudiar. —Elisa anda derecha que parece que naciste cansada. —Elisa no sales a la calle hasta que no te lo hayas comido todo. —Elisa apaga la tele y a dormir . —Elisa,

Halloween en Irán

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«Me acuso de ser mujer y al parecer, por el hecho de serlo, peco reiteratívamente. Ahora, esperando el final pienso en lo cara que es la vida». Así se confesaba Zhara a un dios desconocido en cuyo nombre iba a sufrir la más cruel de las penitencias. No importaba el pecado, que en ningún caso lo era..., salvo el de ser mujer. La primera piedra le alcanzó de lleno en la clavícula, el cuello de la escápula se partió por la mitad, justo en el sitio en el que de niña apoyaba los sacos de grano que llevaba a casa. La segunda abrió una brecha en su frente, dibujando un hilo de sangre y un río de dolor, se tambaleó y cayó de rodillas. Una con arista viva le golpeó el pecho cortándolo en diagonal, justo por donde hacía unos meses brotaba la leche que detenía el desesperado llanto de su recién nacido. Ahora la leche era roja. No ubicaba los dolores, su sonrosada piel se llenaba de cercos morados con manchas rubíes. Un golpe agudo en el pie la despertó de su abandono, los dedos