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Este jueves, relato: Una canción, un recuerdo.

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        Me señalé haciendo el pino. Mi agilidad para mantenerme perpendicular al suelo no era ningún mérito, tenía la edad y la motivación necesaria para extenderme en piruetas que llamaran su atención.     En el país de los ciegos el tuerto era el rey. Y yo, en aquel pueblecito de la Mancha era un Quijote entre tanto Sancho. Sólo se trataba de figurar, de atraer, de seducir, en definitiva de presumir de lo que no era, pero parecía que era. Un chico de capital, con vaqueros de marca, un reloj de pulsera y un diminuto transistor a pilas.  Algo impensable a principios de los sesenta para aquellos niños de pantalones de pana con culeras, alpargatas de esparto y pelo al cero.     La culpa era de Rufina la hija del panadero, los ojos más grandes y bonitos de la plaza, que con sus largas trenzas y su rojiza piel llena de pecas, arrancaba deseos en el baile al run run de la canción del Dúo Dinámico. Fue nuestro primer beso, pero demasiado tarde para regalarnos el segundo. Estas cos

Este jueves, relato: Argumentos Oníricos.

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   Dormido, me deslizo hacia un lateral de la cama, y apoyando los pies en el tibio parquet me incorporo lentamente. Me adivino paseándome en la penumbra que cubre el recorrido hasta el balcón. Mi primera visión se detiene ante un espantapájaros, vestido con mi ropa de ayer. Lo intuyo en la oscuridad de la habitación, acaricio sus hombros que reflejan las luces que se cuelan desde el exterior. Erecto, suficiente, ordenado, arriba esto y debajo lo otro.     El extraño maniquí, al que siempre le ha faltado el sombrero de paja, me saluda ausente, descabezado, parco en palabras. Lo suyo no es la interlocución. Solamente una vez, en un alarde de locuacidad me confesó que su fuerte era vigilar mi sueño, testigo del paseo de mi alma hacia el balcón.       El objeto no tenía nombre, en el onírico mundo de mi inexistencia no hacía falta, sólo vigilaba. Su sexto sentido era suficiente para identificar y señalar cada uno de los misterios de aquel rosario en blanco y negro que guiaba m

Este jueves, relato: La Máquina del Tiempo.

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Mi vida está dividida en cuatro cuartos. Los tres primeros ya están consumidos; el cuarto, como lo fueron todos antes de suceder es una incógnita. Estos cuatro cuartos son exactos, cada uno de ellos comprende 22 años. Mi ocupación en estos meses es viajar a los tres primeros -pasado-,  y al cuarto -futuro- con mi peculiar transportador de materia. Hace unos meses regresé del final del primero. Me vi con uniforme, sin galones, el pelo al cero, -casi como ahora- fumador empedernido de glorias benditas al alucinante ritmo de los Pink Floyd. Irresponsable, sabelotodo y torpe.  Semanas atrás la máquina me llevó a mediados de la segunda etapa. Mi pelo había crecido. Comprometido con las causas perdidas y rey de la oscuridad en una noche que dominaban los grises. Errando en lo esencial y engañándome en los detalles.             Ayer me desintegré en el tiempo y arañé unos minutos de la tercera etapa, esa que ya dibujaba en color, pero a la que necesito retrotraerme para olerla, toc